Los Alpes del Izoard

Yo me imaginaba por entonces que cruzaba Francia, y era una Francia de aldeas rurales como las de Asterix, con sus posadas, sus jabalíes y su vino. Ya llegando a la Provenza eran olores de lavanda los que se acercaban a mí y que en algún bote por casa había leído de su existencia.
En los Alpes el túnel de San Bernardo me impresionó tras leer en la enciclopedia que era el más grande del mundo, y una vez en Suiza era el paisaje heidiano el que me extasiaba. Heidi no era mi favorita, lo era su paisaje y la vida en la aldea. La tranquilidad, las cabras y el órgano del abuelo, el de la iglesia.
Los Alpes también están dentro de mi colección. Años más tarde los conocí con Marino Lejarreta y Perico Delgado, bueno ellos los soportaron y yo los contemplé desde la cuneta. Después de años de ir a Ondárroa (un pueblo vizcaino costero) para ver el Tour por la televisión francesa pude contemplar en directo lo jodido de subir esos puertos en pleno mes de julio. El Alpe d'Huez es comercial, no es mi favorito. Me quedo con el Izoard. A falta de unos ocho kilómetros para la cumbre no hay ya árboles, sólo roca y un paisaje pedrizo que se torna desolador. La Curva del Oso marca el calvario, un poco más adelante el puesto de la Cruz Roja está para darte una pomada porque el sol te ha abrasado los labios. Desde allí se desciende vertiginosamente hasta Briançon. La serpiente multicolor se convierte en una procesionaria roja y desorientada.
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anonimo -