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Dar es Salaam

San Cristóbal de las Casas

San Cristóbal de las Casas Hasta el uno de enero de 1994 San Cristóbal de las Casas era una perfecta desconocida ciudad colonial de un desconocido estado de Chiapas de un conocido, aunque sea por Cantinflas y Negrete, México. Ese día el subcomanante Marcos comenzó su revuelta cibernética y el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional tomó varios pueblos de las cañadas, proclamó por Internet su ¡Basta Ya! y se retiró al poblado de La Realidad en plena selva Lacandona.

El México insurgente regresaba, al igual de cómo lo hiciera con Zapata, Emiliano y no Marlon Brando, y mi paisano el durangués mexicano Pancho Villa con su División del Norte, los Dorados, carabinas 30 30, caballos prietos azabaches y toda la letanía que se canta en los corridos.

En San Cristóbal no hace calor, está muy alto, aunque más lo están los Altos de Chiapas, allá por San Juan de Chamulas, San Andrés de Larrainzar y Zinatecas. Uno puede dormir hasta con la colcha y no te digo nada si antes te has bebido hasta el gusano del mezcal. Las calles en San Cristóbal son como las rejas de sus ventanas, perfectas, bien trazadas e iguales. Resulta problemático la vuelta nocturna a casa por calles todas iguales con ventanas bajas, patios y suelo empedrado y con nombres de fechas, generales, revolucionarios e insurgentes, y más si antes has subido al estrado aupado por el añejo y te has arrancado con unas rancheras rasgadas a lo Chavela Vargas.

El aire en San Cristóbal es limpio y deja ver el azul de una mañana fresca y soleada. Los indiecitos ya se han anclado en los puestos del mercado tradicional y han colocado en vanguardia los polichinelas de Marcos y de su compañera Ramona.

Sus multicolores ropajes son un lujo para una mañana resacosa. El mercado de frutas y verduras está de bote en bote, las cintas piratas y regrabadas atronan con Garibaldi, Maná y Luis Miguel. Una extranjera que lleva muchos años conviviendo con los tzotziles compra unas libras de frijoles y algo de fruta. Parece Vanessa Redgrave haciendo un documental para el ala roja de la BBC.

Vuelvo al mercado de artesanía y una india me teje una pulsera en la muñeca, le doy unos pesos y me insiste con un pasamontañas del EZLN, demasiado pequeño para mi cabeza, le digo. Se ríe y se marcha.

De San Cristóbal destaca su amarillenta y viva catedral en pleno Zócalo o Plaza de Armas, en ella el obispo español Samuel Ruiz, para algunos, injustamente, un simple vocero zapatista, clama por la justicia y la libertad de los indígenas, que si alguien no lo remedia se pasaran otros quinientos años chupando mazorcas de maíz mientras Molotov se hace famoso con su ¡Viva México Cabrones!

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