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Dar es Salaam

Benarés

Benarés La Varanasi hindú acoge cada día un delta de peregrinos (normalmente con túnicas naranjas) que llega en masa a su mar que es el Ganges . El olor de la ciudad es una mezcla de humedad del monzón, especias, flores en cremación, zotal, excrementos y menstruación de las vacas sagradas, fritangas callejeras, sudor de la península índica, carburante de baja calidad mal quemado.
El color se convierte en multicolor tamizado por el barro tropical diario: son los naranjas de los santones, el metal de las escudillas en el que se piden unas rupias y se lleva el agua para limpiarse posteriormente el culo tras la defecación, el rojo de una especie de chicle que se masca y que sale despedido a escupitajos llenando de escrúpulos el ya maltrecho suelo, las telas y sedas de las innumerables tiendas callejeras, los bellos y chillones saris de las esbeltas mujeres que pusieron de moda el piercing en Europa , Los Ángeles y Nueva York .
El sabor remite a un espléndido arroz y a un espeluznante picante que deja huérfanas a las alegrías riojanas; mi estómago occidental sólo pudo ingerir hidratos de carbono.
El tacto es aquel recuerdo del muñón de un leproso con una cara deforme y viscosa que me rodeó para pedirme algún dólar.
El calor en esa época es tropical, por tanto agobiante, sobre todo para los sobrados de kilos, los macroventiladores ayudan a que el viajero recupere un poco el resuello.
Sin embargo la verdadera sensación de Benarés llega cuando uno se embarca en las barcazas remadas por un par de chiquillos fibrosos que darían guerra en las regatas de La Concha , estos pobres chavales bogaban peligrosamente contra corriente, sin avanzar, chocando y sacando chispas de las farolas encendidas e inundadas. De repente te encuentras con una muchedumbre sumergida en el lodazal del Ganges purificando su alma y rompiendo una mala rueda de la reencarnación, alguno hasta se limpia los dientes con un palo mientras da gracias a una de las miles divinidades que pululan por la India . Río arriba en los ghats (escaleras que van a dar al agua) las cremaciones inundan el horizonte de humo y de un olor como cuando pasas por la fábrica de pollos de Berantevilla (Álava).
Los intocables manipulan los cadáveres, los colocan en la pira y les dan un golpe en la cabeza para que ésta no estalle cuando se queme y no esparza los sesos por los alrededores. Río abajo flotan extremidades de alguien que no tenía dinero para conformar una pira en condiciones y con suficiente leña para que la cremación sea completa.
Digerir todo esto cuesta toda una vida, pero eso es la India (entre otras cosas). Tampoco se puede olvidar a esos niños repeinados con aceite y apretujados en el isocarro camino de la escuela que muestran dulzura y curiosidad. En el otro lado de Benarés, en su extensa Universidad tiene lugar una boda llena de pétalos, cánticos, velas y familiares; bueno de esas que se describen en el espléndido Un Buen partido de Vikram Seth .

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