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Dar es Salaam

El Taj Mahal

El Taj Mahal Una vez en Feas, un pueblo bearnés en el sur de Francia, jugábamos a una especie de concurso televisivo. Se trataba de ir dando pistas, al principio vagas y después más concretas hasta averiguar lo que venía escrito en una carta. Por ejemplo, había que acertar Agatha Cristie y te decían:
1- Es una persona (te arriesgabas y decías un nombre), 2- es una mujer; 3- vivió en Inglaterra; y así hasta que un concursante acertaba el personaje. Pues bien me tocaba participar y me lanzaron la primera pregunta: "Es una cosa". Y yo dije "el Taj Mahal". Era el Taj Mahal. Hubo tal sorpresa y sobresalto que suspendimos el juego y decidimos echar un julepe donde existen menos casualidades.
Desde ese día tengo una relación especial con el Taj Mahal. Así que cuando años más tarde lo contemplé por primera vez no me defraudó. Una inmensa mole de mármol blanco se yergue de espaldas al río Yamena y recibe al incrédulo visitante mientras éste, al atardecer, atraviesa el jardín y se descalza para sentir en sus plantas el calor de unas losas que le transporta al origen de la historia.
El Taj Mahal es un monumento construido entero de un mármol blanco que cambia de color según le pegue los rayos de sol. Su simetría representa la perfección y la hondura de lo que pasó en él.
Reinaban hace muchos años los mogoles en esta parte de la India y Agra era su capital. Había un rey que quería tanto a su esposa, que cuando ésta murió mandó construir este mausoleo. El monumento tenía que quedar para la posteridad y debía expresar lo mucho que una persona puede querer a otra. Vaya si lo consiguió. El rey rechazó en un principio muchos proyectos y al final se decantó por un artista que era a su vez arquitecto, y que para hacerle sentir lo que él sufría mandó matar a su mujer (de esa manera se inspiraría mejor).
Así a orillas de otro río sagrado, el Yamuna, emergió el increíble Taj Mahal. Recorres en silencio y descalzo por el mármol todo el mausoleo, y te embarga una mezcla sentimental de melancolía y añoranza mientras contemplas con la mirada perdida la lenta corriente del río.
Quedé en silencio hasta que el pitido de los guardias, mandándonos salir de allí, me hizo volver a la realidad. Me fui, pero antes contemplé por última vez lo que era ya una silueta en la noche de la India, un niño me agarró de la mano con insistencia y me ofreció una cajita de mármol con piedras semipreciosas incrustadas. Me dijo que era mármol de Ajmer, en el Rajhastan, el mejor del mundo. ¿Para qué quería yo esa caja? La compré y la guardé con cariño en mi macuto.

1 comentario

Daniel -

ES muy bonito.Yo setuve alli hace tiempo