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Dar es Salaam

Khajuraho

Khajuraho representa la vida sexual de la India , no en vano estamos en el país del Kamasutra . El placer sexual (karma) para los hindúes es uno de los fines del ser humano.
En una inmensa explanada de Khajuraho se diseminan restos de templos en cuyas fachadas se representan todas las maneras de follarse a alguien, o las distintas posturas que hay para que le den por el culo a uno mientras se la menea a un mono.
Los templos son una especie de parque temático donde se explica la importancia que tiene el sexo para la sociedad hindú. Entre otros bajos relieve, se puede contemplar en el templo de Kandariyá a Shiva atendiendo a unas ninfas celestes en una orgía fascinante. Según afirma mi admirado Octavio Paz en Vislumbres de la India las divinidades hindúes poseen, como los griegos y romanos, un fuerte sexualidad. "Entre sus poderes está un inmenso poder genésico que los lleva a acoplarse con todo género de seres vivos y a producir sin cesar nuevos individuos y especies. La actividad del universo es vista como una inmensa cópula divina".

Sin embargo en la India es un lugar donde la abstinencia sexual tiene mucho predicamento ya que se entiende que "retener el semen (bidu), guardarlo y transformarlo en energía psíquica es apropiarse de poderes naturales y sobrenaturales, lo mismo sucede con el flujo sexual femenino (raja)". Así tenemos que para los seguidores del tantrismo el bidu es la luna y las rajas el sol.
Khajuraho está situado en pleno campo y la vida rural se hace patente sobre todo al atardecer cuando el sol calienta menos. Las charcas albergan a búfalos pasmados que no tiene ninguna intención de asomarse a ver que pasa más allá del arrozal.

Los chiquillos del pueblo, de la casta paria o intocable, agarran a los viajeros por la mano para mostrarle los talleres artesanales de los joyeros. Los ciclistas de los rickshaw pululan ofertando su medio de transporte. Aceptamos a uno que más parecía un fakir, sus espigadas piernas no pudieron con nosotros y se clavaron en el primer repecho. Aquí no hay EPOs ni nandrolona y sólo un puñado de arroz con té es la gasolina con la que todos los días tienen que ascender su Puy de Dôme particular.

En las selváticas afueras de Khajuraho acecha, según cuentan los chavales, el famoso tigre de Bengala (a mí me recuerda esto al Circo Ruso del corvado Ángel Cristo) que una vez puso pálidos a unos japoneses mientras autoenfocaban una bandada de loros verdes.
En honor al componente erótico del lugar una gran cascada fluye vapor y arco iris en medio de la selva, un señor relata las andanzas del Marajá cuando salía a cazar tigres en elefante por la meseta, y un músico enfundado en unos bombachos inmaculados desliza su arco sobre una especie de violín que tañe monótonamente sin cesar.

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